¿Cuántas veces has querido decirle a alguien que realmente lo aprecias?, no necesariamente porque hayas pasado tu vida con él, que podría ser, sino porque en breve plazo de tiempo: ni un mes, casi hayas decidido que esa misma persona es la mejor que probablemente hayas conocido nunca hasta hoy y difícilmente conocerás más adelante. Unas cuantas, muchas, pero nunca has tenido una razón de peso para decirlo, para decirle que lo necesitas cerca tuya, en tu vida, en tu propia monotonía.
No necesariamente tiene que haber contacto físico, aunque me reconforte el alma cuando me rozas, tampoco es necesario que te diga todo por la boca, porque mis ojos ya hablan por si solos cuando mantienen una conversación contigo. Tienes los ojos amarillos, verdes y moteados, ¿lo sabías? Son deliciosamente raros. ¿Sabes también que tu pelo rubio de noche se vuelve rebelde? Quizá debería decirte que tu padre me cae simpático y que tu madre, bueno, aunque me mire con ojos de mujer, ella es realmente guapa.
Como un detalle más de entre otros tantos, te comes las uñas, te cambia la cara cuando algo te ronda la cabeza, no eres todo indiferencia, sonríes cuando te acaricio inconscientemente por ambas partes que nos conciernen; causa por causa, ojos que no ven, corazón que no siente, no me lo creo, ¿por qué si no iba yo a necesitarte tanto si no te veo?
Me encanta perder el tiempo a expensas del de los demás contigo, porque ellos aunque todavía no son conscientes y no lo saben, viven en un ambiente extasiado de felicidad relativa, de creer que el que más posee, el que más toca con sus manos, el que más cata: más lo disfruta, y lo dicho, eso es sencillamente relativo. Hoy por hoy, nada es realmente nuestro, estamos influenciados por todo aquello que nos rodea; menos por lo que está entre pliegue y pliegue acurrucadito, cerca del corazón, por lo que se dispara.
El amor, nuestro amor... Es una palabra demasiado grande, demasiado pesada, demasiado de todo un poco; sin embargo, se hace tan ligera, tan práctica, tan suficiente por sí misma, y tú tan dependiente de ella, que cada vez que escucho salir de entre tus labios un te quiero, aquella nada abstracta abandonada dentro de tu cuerpo se expande, como queriendo prenderle fuego a todo tu cuerpo y convulsionándolo con sonrisa y caricia. Y te sientes bien, te sientes como nunca, tan invencible, tan superior, tan suya; que el cielo se te queda pequeño.
He llegado a pensar que por un casual y con mucha suerte, pueda verte despertar cada mañana como aquella última vez, para desayunar la comida china que la noche anterior no hubo manera alguna de terminar. Es una vida entera en poco tiempo, es un sueño que nunca se ha llegado a formular mas que en el interior de alguna mente triste, o quizá demasiado felizmente terrenal. Ya, en realidad, da igual por lo que sea o deje de ser, si no soy mística, amo como jamás me lo habrá oído decirle, es, repito: algo demasiado grande y yo demasiado pequeña, pero no por eso somos incompatibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario